El combate

Las nubes púrpuras repletaban el cielo ocultando tras ellas un sol anaranjado. Entre los abetos, el caballo negro cabalgaba a toda velocidad, mas por temor que por las ordenes de su jinete. Sus crines se balanceaban lanzando al aire gotas de sudor que se estrellaban en el rostro de la joven Amalia. En las alturas un halcón los seguía, anunciando la presencia del peligro. En ese instante Andréu, supo que de esta no saldría con vida. Maldición, lo único que se le ocurrió fue que su hija se quedaría sola.
- Amalia…no temas… - trato de susurrarle al oído, pero su voz se perdió entre los golpes de herradura.

Tras ellos, todas las aves se alzaban en vuelo, el bosque entero se cargaba de un terror que estremecía incluso las raíces de los árboles. Al llegar a un claro, el caballo resbalo entre las hojas que tapaban el fango. Un rugido atronador paralizo el tiempo por completo. La criatura les había alcanzado. Andréu se incorporo de inmediato desenfundando su espada. Su rostro adquirió de inmediato una severidad y una paz que solo se obtienen con los años y el combate. Cada uno de sus movimientos estaba ahora inmersos en la concentración de la batalla. Olvido por completo el dolor en su pierna. Sopesaba los ojos de su enemigo, pequeños y negros, hundidos en las cuencas de su rostro alargado. El berserker se alzó frente a él, brutal, imponente. Su larga cola se bamboleaba de un lado a otro reflejando el cielo. Sus cientos de pequeños dientes le conferían el aspecto terrible de algo parecido a una sonrisa burlona. Sus manos extendidas, movían los dedos como un vaquero apunto de desenfundar su pistola.
Andréu se volteo hacia su hija, y con una mirada le dijo todo lo necesario. Todo lo que ella ya sabía. Ella por su parte, le devolvió la mirada tratando de decirle que no, que aun había oportunidad, que ella también podía combatir, que huyeran juntos, que la ciudad no estaba lejos… que no la abandonara. Sin embargo, cuando su padre daba una orden, no había pero que valga. Amalia subió al caballo. Su padre se quitó el guante de cuero y se lo entregó, luego golpeo al caballo que partió a toda velocidad hacia la ciudad.

El sol se ocultaba entre las montañas, y las lágrimas de la chica caían sin cesar. El viento transmitía rumores de copa en copa, se contaban sobre lo ocurrido. Se compadecían de los pobres humanos. Amalia volteo una ultima vez, para ver, a lo lejos, la figura de su padre, luchando contra la bestia. Quiso volver, pero el caballo no le hacia caso. Él sabía mejor que nadie lo que su amo deseaba. No podía fallarle, desde ahora, debía cuidar a la muchacha. Era lo único que podía hacer por él.

Cabalgaron alrededor de diez minutos. Amalia trataba de convencerse de que su padre lo lograría. Después de todo, ya muchas veces lo había hecho. ¿No era él Andréu Salieri, el gran cazador?. Pero la herida en su pierna... y la enfermedad que le consumía desde hacia un par de meses. Mierda… luchó contra su imaginación cuando en su mente se proyecto el horrendo final que le esperaba a su padre. Ya lo había visto antes… los berserkers no mataban como las otras bestias salvajes… eran extrañamente malvados. Como si disfrutasen ver sufrir a sus victimas. Criaturas surgidas desde el mismo infierno. Finalmente, la lagrimas terminaron por apagar sus ansias de volver y la muchacha dejo que el silencio mortuorio del bosque la cubriera con su manto de resignacion.

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