En medio de la micro repleta de gente me tope con una mirada especial. Allí es donde comienza el juego. Miradas que van y vienen. Ojos que se entrecruzan buscando algo que ninguno conoce. ¿Porque las personas se miran a los ojos? ¿Que es lo que buscamos en los ojos de los otros? Es algo que todos sentimos pero nadie sabe reconocer. Como si esperáramos que los ojos ajenos nos comprendieran en silencio. Como si quisieramos alimentar nuestra curiosidad y desvelar los secretos a través se los ojos. Como si los ojos mostraran lo no se ve a simple vista, órganos totalmente ajenos a nuestra voluntad, rebeldes ante las confabulaciones del resto del cuerpo para ocultar nuestro interior.
Nos sostuvimos la mirada y mi estomago se revolvió en una sensación exagerada. Ojos calmos, ligeramente nostálgicos, ojos amenos, cálidos, simples. Ojos que miran sin bacilar, sin pestañear, sin mentir. Ella en el ultimo asiento y yo de pie junto al primero. La micro acercándose a mi paradero y la certeza de que jamas volveré a ver esa mirada. Sin remordimientos, sin extrañar. Solo fue una tregua entre el olvido, entre el silencio, entre la soledad en medio del mar de gentes. Un instante en el que ambos sostuvimos nuestras miradas y con ellas nuestras almas.
Jamas sabré su nombre ni ella el mio, pero estoy seguro de que ninguno se lamentara por ello. Y al bajar, ni siquiera mirare atrás ni ella hacia delante. Ella no me buscara desde la ventana ni yo volteare hacia la micro. Y así volveremos a nuestros propios mundos, atentos a las miradas, por si en medio del caos que significa la vida, hayamos nuevamente una mirada con la que jugar otra vez este extraño juego. Un juego sin victorias ni derrotas, un juego sin reglas, sin maestros ni discípulos. Un juego como pocos, pues no esperamos ganar... sino solo jugar.