Todo comenzó… no les mentiré, no tengo idea de cómo comenzó y apostaría mi pellejo a que nadie sabe como comenzó.
Era febrero. Buenos Aires ardía bajo un sol de esos que son pura luz. Que se ocultan entre las nubes asesinando tu cordura y empapando tus pies. La noche anterior había llovido y los relámpagos que entraban a ratos por mi ventana no me dejaron pegar un ojo. Me fumaba un cigarrillo en el patio interior del hostel, dejando los minutos pasar; observando a la preciosa chica sentada en el pc; pensando en las cervezas guardadas en el refrigerador… tratando de olvidar la distancia. Tratando de olvidar el olvido. Siempre he tenido que hacer un gran esfuerzo para no perder el peso y elevarme al espacio exterior. Trato de concentrarme en mi centro y enraizarlo hacia el centro de la tierra. Entonces frunzo el ceño y miro al infinito. Me imagino que la gente me mira extrañada y piensa que soy un tanto grave. Que soy un poco antisocial. Puede que no se equivoquen del todo. Pero en fin, me he desviado de la historia, para variar.
Corría una brisa que refrescaba un poco, o, al menos, se llevaba el humo del cigarrillo, lo que ya es aligerar un poco el ambiente. Entonces lo noté. Al principio creí que sólo se trataba de una de esas malas pasadas que me juega mi mente.
Las hojas de las plantas no se movían. No se mecían suavemente con la brisa como sería lo usual. No se movían ni siquiera un ápice, como sería lo usual.
Comencé a inquietarme. Era como si se hubieran detenido en el tiempo. Me acerque para examinarlas, como si creyera que tenían un desperfecto que yo podría arreglar, con la piel apretada reteniendo un escalofrío que me negaba a liberar. Fui entonces por un vaso de jugo para relajarme, pero no podía evitar mirar de reojo, a través de la puerta, la perturbante quietud de sus hojas. Sentía como si de ellas emanara el silencio aterrador del que he huido toda mi vida. La pesadilla constante del vacío que no estoy listo para enfrentar.
Nadie en el hostel parecía notarlo. Ella sequia en el pc sonriendo a las noticias que recibía de tierras lejanas. De vez en cuando, alguien atravesaba el patio en busca de un vaso de agua o algo de comer. Y yo no podía dejar de mirar las plantas con el corazón en la garganta. Sintiendo como alargaban sus invisibles tentáculos para arrastrarme con ellas a la nada.
Prendí otro cigarro y subí la escalera que conduce a la terraza esperando encontrar algo de aire. Arriba el sol me daba de lleno y el sudor me pegaba el pelo en el rostro. Miré el transito ininterrumpible de la av. Corrientes. A las cientos de personas atravesando impávidas las calles. Ajenas por completo a lo que se estaba gestando en el universo. El centro mismo de la tierra se había paralizado lanzando un último estertor que endureció hasta el más fino ramaje. Hasta la más diminuta de las raíces.
Me sentí atrapado. Todo Buenos Aires ardía y la muerte estiraba sus enredaderas en una sola dirección. La mía. Se enroscaba entre mis pies y me tragaba en la más absoluta calma sabiendo que yo no tenía a donde huir. Siguieron mis manos. El silencio era tragado por mis poros invadiendo cada célula. Despojándome de toda humanidad. Encerrando de a poco mi energía. Asesinando la inmortal esencia que llamamos espíritu. Cuando llegó al cuello dejé de luchar. No quedaba una gota de oxigeno en mi interior. La brisa mecía mi cabello y se me metía en los ojos. El calor danzaba sobre mi piel recordándome lo poco de ella que aun me pertenecía. Le siguió un crujido y luego, la Nada. La expansión infinita. La carencia absoluta de cohesión. De fuerza alguna que guiara mi inercia. La explosión de las partículas elementales que se disolvieron en el todo.
Entonces volví… y seguía sentado en el patio interior con el cigarro consumido hasta el filtro y la misma chica frente al pc. Y yo terminaba de escribir la historia más absurda de todas. Una sobre silencio y plantas que no se mueven.
No sé cómo comenzó todo. Quizás con un cigarro o un masetero lleno de plantas. O quizás una chica sentada en un pc. O quizás con el silencio. O quizás, solo quizás, con las plantas que, durante un instante extremadamente corto, se quedaron quietas.