La Llanura Infinita - Parte 1


De vez en cuando una nube les cubría con su sombra y les refrescaba un poco. Sabían que estaban cerca de la Escalera por esa sensación que les surcaba la espina desde la nuca y se alojaba justo bajo su ombligo. Llevaban muchísimo tiempo atravesando la Llanura Infinita, el mar de hierbas y flores donde las almas se pierden. El laberinto sin paredes en cuyo centro se eleva la Escalera, misterio inconmensurable que los hombres se ven llamados a alcanzar. Dicen que algunos lo han hecho pero nadie está seguro de ello. Lo único de lo que se tiene certeza es que una vez que ha comenzado el viaje ya nadie regresa.
Desde las montañas que rodean la Llanura se puede divisar la Escalera. Es ahí donde los incautos son atrapados por la ilusoria sensación de que la distancia no es gran cosa. Desde las montañas que rodean la Llanura se puede divisar la Escalera, pero no a los miles de viajeros que se han internado en ella.
Ya no saben cuánto tiempo llevan caminando. ¿Años? ¿Meses? Quizás solo un par de días. El tiempo aquí es irrelevante. Casi todo es irrelevante en la Llanura Infinita.


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Fotografia XPQ
Luego seguire escribiendo sobre la Llanura Infinita.

De origen desconocido.

Todo comenzó… no les mentiré, no tengo idea de cómo comenzó y apostaría mi pellejo a que nadie sabe como comenzó.
Era febrero. Buenos Aires ardía bajo un sol de esos que son pura luz. Que se ocultan entre las nubes asesinando tu cordura y empapando tus pies. La noche anterior había llovido y los relámpagos que entraban a ratos por mi ventana no me dejaron pegar un ojo. Me fumaba un cigarrillo en el patio interior del hostel, dejando los minutos pasar; observando a la preciosa chica sentada en el pc; pensando en las cervezas guardadas en el refrigerador… tratando de olvidar la distancia. Tratando de olvidar el olvido. Siempre he tenido que hacer un gran esfuerzo para no perder el peso y elevarme al espacio exterior. Trato de concentrarme en mi centro y enraizarlo hacia el centro de la tierra. Entonces frunzo el ceño y miro al infinito. Me imagino que la gente me mira extrañada y piensa que soy un tanto grave. Que soy un poco antisocial. Puede que no se equivoquen del todo. Pero en fin, me he desviado de la historia, para variar.
Corría una brisa que refrescaba un poco, o, al menos, se llevaba el humo del cigarrillo, lo que ya es aligerar un poco el ambiente. Entonces lo noté. Al principio creí que sólo se trataba de una de esas malas pasadas que me juega mi mente.
Las hojas de las plantas no se movían. No se mecían suavemente con la brisa como sería lo usual. No se movían ni siquiera un ápice, como sería lo usual.
Comencé a inquietarme. Era como si se hubieran detenido en el tiempo. Me acerque para examinarlas, como si creyera que tenían un desperfecto que yo podría arreglar, con la piel apretada reteniendo un escalofrío que me negaba a liberar. Fui entonces por un vaso de jugo para relajarme, pero no podía evitar mirar de reojo, a través de la puerta, la perturbante quietud de sus hojas. Sentía como si de ellas emanara el silencio aterrador del que he huido toda mi vida. La pesadilla constante del vacío que no estoy listo para enfrentar.
Nadie en el hostel parecía notarlo. Ella sequia en el pc sonriendo a las noticias que recibía de tierras lejanas. De vez en cuando, alguien atravesaba el patio en busca de un vaso de agua o algo de comer. Y yo no podía dejar de mirar las plantas con el corazón en la garganta. Sintiendo como alargaban sus invisibles tentáculos para arrastrarme con ellas a la nada.
Prendí otro cigarro y subí la escalera que conduce a la terraza esperando encontrar algo de aire. Arriba el sol me daba de lleno y el sudor me pegaba el pelo en el rostro. Miré el transito ininterrumpible de la av. Corrientes. A las cientos de personas atravesando impávidas las calles. Ajenas por completo a lo que se estaba gestando en el universo. El centro mismo de la tierra se había paralizado lanzando un último estertor que endureció hasta el más fino ramaje. Hasta la más diminuta de las raíces.
Me sentí atrapado. Todo Buenos Aires ardía y la muerte estiraba sus enredaderas en una sola dirección. La mía. Se enroscaba entre mis pies y me tragaba en la más absoluta calma sabiendo que yo no tenía a donde huir. Siguieron mis manos. El silencio era tragado por mis poros invadiendo cada célula. Despojándome de toda humanidad. Encerrando de a poco mi energía. Asesinando la inmortal esencia que llamamos espíritu. Cuando llegó al cuello dejé de luchar. No quedaba una gota de oxigeno en mi interior. La brisa mecía mi cabello y se me metía en los ojos. El calor danzaba sobre mi piel recordándome lo poco de ella que aun me pertenecía. Le siguió un crujido y luego, la Nada. La expansión infinita. La carencia absoluta de cohesión. De fuerza alguna que guiara mi inercia. La explosión de las partículas elementales que se disolvieron en el todo.
Entonces volví… y seguía sentado en el patio interior con el cigarro consumido hasta el filtro y la misma chica frente al pc. Y yo terminaba de escribir la historia más absurda de todas. Una sobre silencio y plantas que no se mueven.
No sé cómo comenzó todo. Quizás con un cigarro o un masetero lleno de plantas. O quizás una chica sentada en un pc. O quizás con el silencio. O quizás, solo quizás, con las plantas que, durante un instante extremadamente corto, se quedaron quietas.

El viaje

Mientras atravesaba la cordillera cai en la cuenta de lo que sucedia. De pronto me encontre en la llanura absoluta. No habia una sola montaña donde fuera que mirara y solo entonces comprendi lo que estaba haciendo. Pero no era alejarme de la tierra lo que me asutaba. No era dejar de ver montañas, ni la nueva ciudad que se elevaba como una historia sobre ciencia ficcion y olvido.
Me di cuenta de que no vivo en la tierra, sino mas bien en un plano ajeno al espacio. Lo habia perdido todo y avanzaba como un envase vacio. Eso soy ahora. La materia en cuyo nucleo late la fuerza que mantiene sus particulas coecionadas. Preparado para recibir toda la experiencia y hacer que su esencia forme parte de mi propia esencia. Y luego volver a vaciarme. Y volver a llenarme. Por eso no es el lugar del que me alejo, sino las personas de las que me alejo. Pero eso no significa que las pierda, porque ya son parte de mi.
Pero ni siquiera ser conciente de eso me mantiene en paz. Porque soy un contenedor incompleto. Todos lo somos. Y jamas podremos llenarnos de todo lo que estamos destinados a contener. No al menos, hasta que vuelva por ti. Y solo entonces encontrar el equilibrio para llegar a despertar en nosotros lo que estamos destinados a ser. Un todo.

Nos vemos.

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